Corre el siglo decimotercero de nuestro señor y hacedor de todas las cosas. Son días aciagos en nuestros reinos, donde las madres paren soldados para la guerra. Donde cada palmo de la Marca se gana con sudor y sangre. Donde se levantan torbellinos de tierra al trotar de la caballería almohade. Donde cada luna se cambian campanas por almuédanos, y viceversa.
Los juglares ya cantan hace lustros, las victorias de Alfonso VIII de Castilla sobre las huestes moras en las Navas, y como Miramamolín huía por la estepa andalusí con mierda hasta la espalda, mientras era perseguido por Sancho el Fuerte que había roto las cadenas que rodeaban su real, y que ya nunca abandonarían el escudo de la noble tierra de Navarra de donde era rey y mandatario.
Es la época de las Cruzadas Menores, donde se expían los pecados de aquellos que luchan, vencen o mueren en nombre de Dios, y que manchan sus corazas plateadas de una sangre que jamás se convertirá en vino, mientras sus santitdades episcopales juegan a ser reyes por encima de los reyes, soberanos de la obra magna creada por nuestro Señor.
Al otro lado de los Pirineos, la flor de lis se pudre, herida desde dentro por la intolerancia religiosa del particular plenitudo potestatis de Inocencio III, que alimentó con las palabras exactas, los oídos hambrientos de guerra de los Capetos, monarcas franceses, que soñaban con recuperar el prestigio perdido desde las dinastías carolingias. Dio lugar así, la cruzada albigense, con el fin de exterminar a los cátaros y a su fe impía, asfixiada en el Languedoc, y que curiosamente aseveraría fielmente sus preceptos, y descubrirían más tarde, el mundo material y demoniaco en el que vivían.
Pero sobre todo es tiempo de peregrinación. La constante y convulsiva situación de la Tierra Santa, hace que la peregrinación hacia el Santo Sepulcro se vea mermada, y en cambio la visita a la tumba del Apostol Santiago, el más querido de los discipulos de Cristo, está viviendo su época más dorada. Sabrán vuestras mercedes, que los reyes disponen hospederías y arreglan los caminos para que su senda sea lo más placentera posible.
Vos solo debe mirar al cielo y seguir las estrellas.

