Una campana de silencio se había apoderado de la nave. Un microcosmos naciente de soledad entre vigas metálicas y techos de uralita. Cantos de sirena muteados entre el oleaje rompiente contra la isla de la feria sin luces.
Salió de la oscuridad de su reflejo oscuro cuando supuso que el peligro había pasado. Cuando suponía a Nyx siendo atrapado por los maderos, y a Pagliacci vagando en busca de más respuestas, a Melinda siendo torturada por Virgil, o a Sienna pereciendo en su lecho de noche eterna. Entre todos aquellos pensamientos vagando en su mente, aparecía la obsesión brillante de las monedas, cómo si de una urraca se tratara. Comprobó su peso en el bolsillo, como si del mismisimo anillo de poder se tratara, y recordó amargamente y con su memoria fotográfica como la pariah se las echaba al suyo. Maldijo su inacción. Otro fallo más que no se podía permitir.
Y vagando entre los pensamientos y obsesiones, apareció una nueva pista. Ferrosa y oxidada, en el rincón más olvidado de aquella masa de cemento y acero. Se agachó en cuclillas, y paso su meñique por ella. La pasó por su boca restregando entre sus dientes frontales*1, recordando las remesas de coca que se movían en los 70 en la ciudad que nunca dormía. Alzó la mirada hacia el cielo oculto por la nave, esperando que los arcanos le ayudaran a recuperar la senda del camino que le llevara a salvar a su hija.
*1
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